Un día raro.
Comí en casa de Luis.
Y me regaló su comida y su amistad.
Con larga sobremesa de vino y conversación.
Me fuí al atardecer y el ritmo de la ciudad
me distorsionaba un poco.
Tanto tráfico ruidoso ajeno al ocaso,
caballos policías pastando adoquines
y gatos de papel sentados en las escaleras.
Se me antojaba todo extraño.
Uff, que bueno era ese vino.